Quiso ser escritora y luego cineasta, pero el azar dispuso que acabara dedicada a la fotografía. La mayor de una familia de 13 hermanos, descubrió de niña las imágenes en blanco y negro de Cartier-Bresson, Alfred Eisenstaedt o Robert Capa que aparecían en la revista Life, a la que estaba suscrito su padre, y ya entonces quedó cautivada por la magia de este lenguaje.
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Su relación con la naturaleza muerta en los retratos de jardines, el retrato como experiencia para acercarse a la gente, los objetos, el mundo femenino, las fronteras culturales indígenas y, por supuesto, los rituales de fiesta y muerte, constituyen los diferentes paisajes, siempre en blanco y negro, captados por su cámara: «La cámara y ser fotógrafo fue un pretexto para conocer al mundo. Salir a fotografiar es salir a buscar la sorpresa”.
Galardonada en 2008 con el prestigioso premio Hasselblad, en la actualidad su obra está plenamente reconocida tras una larga e intensa trayectoria en la que no han faltado premios, reconocimientos y exposiciones en las instituciones museísticas más relevantes a nivel mundial.